La encrucijada del PSOE

Tras el hundimiento de la UCD, España ha vivido en un régimen bipartidista. El PSOE y el PP han gobernado desde 1982: los socialistas han ostentado el poder durante casi 22 años (González y Zapatero), mientras que el PP lo ha hecho durante 10 años (Aznar y Rajoy). Con altas y bajas, más o menos, la suma de apoyos de los dos grandes partidos ha supuesto un 80% de los votantes.

Ahora la situación ha cambiado. La subida en expectativa de voto de IU y UPyD y el mantenimiento de las opciones nacionalistas configuran un mapa político distinto. Sin embargo, nadie espera una debacle de las dos grandes fuerzas y todo hace pensar que se mantendrán, en conjunto, por encima del 60% del voto.

Ese cuadro podría verse alterado en las elecciones europeas de la próxima primavera, en las que el cómputo no prima a los grandes partidos. Tanto el PP como el PSOE esperan un mal resultado en esos comicios, aunque ambas formaciones creen que podrán recuperarse de cara a las municipales y autonómicas de 2015.

El Partido Socialista realizará en noviembre una Conferencia Política que en Ferraz se ha planteado como «un pase de página» respecto a lo que ha sido su trayectoria desde el batacazo del 20-N de 2011.

«Perdimos cuatro millones de votos y, durante dos años, hemos estado haciendo la digestión de esa dura derrota, hemos hecho autocrítica, hemos resuelto algunas cuestiones internas (Andalucía, Galicia) y ahora toca hacer propuestas, decir lo que vamos a hacer cuando gobernemos», afirma un miembro de la dirección del PSOE.

Pese al tsunami electoral de hace dos años, la dirección socialista cree que la base electoral del partido se ha mantenido en torno al 30%. «Durante algunos meses, nuestros dirigentes se quejaban porque la gente en la calle nos hacía responsables de la crisis. Ahora, los ciudadanos se sienten defraudados por Rajoy. El mito de la buena gestión económica se ha esfumado y el PSOE vuelve a aparecer como la alternativa que puede garantizar el mantenimiento del Estado de Bienestar», apunta la fuente.

El reto para el PSOE es engrasar su poderosa maquinaria electoral de cara a 2015. Según los cálculos «moderadamente optimistas» de Ferraz, en las elecciones de la primavera de ese año los socialistas podrían recuperar el gobierno en Aragón, Castilla-La Mancha, Extremadura, Valencia e incluso en Madrid.

Esta proyección se basa en una caída del voto al PP de cinco puntos respecto a las elecciones de mayo de 2011. En las comunidades citadas, el PSOE podría gobernar en coalición (fundamentalmente con IU) desbancando al PP si, en efecto, los populares caen cinco puntos y el PSOE se mantiene en torno al 30%. Por primera vez en mucho tiempo, los socialistas tienen esperanzas de recuperar lo que consideran los motores electorales de los populares: Valencia y Madrid. Las últimas encuestas ya dan una pérdida de la mayoría del PP en la Comunidad Valenciana. En Madrid, argumentan en Ferraz, «el PP nunca había tenido tan malos candidatos tanto en el Ayuntamiento como en la Comunidad». Con esas mismas estimaciones, el PSOE recuperaría también el gobierno de ciudades tan importantes como Madrid, Valencia o incluso Sevilla.

Sin embargo, el PSOE tendrá que resolver dos asuntos esenciales para que le salgan los números y esas proyecciones no se conviertan en el cuento de la lechera.

El primero de ellos es su posición respecto a Cataluña. Es verdad que Rubalcaba, Valenciano y López han dejado claro que el PSOE no está ni por la independencia ni por el derecho a decidir. Pero mientras el PSC mantenga su postura actual, el discurso socialista carece de coherencia. Mientras la marca socialista en Cataluña defienda el derecho a decidir, el PSOE tendrá un enorme hándicap respecto al PP.

De ese daño no sólo son conscientes líderes históricos, como Felipe González o José Bono, sino también la nueva generación que está asumiendo responsabilidades en primera línea. No es de extrañar que la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, utilizara en su primera comparecencia ante los medios en Madrid un lenguaje claro y sin dobleces calificando el derecho a decidir de «trampa».

Si Rubalcaba es incapaz de reconducir al PSC a una defensa clara de la unidad de España, será muy difícil que pueda tener opciones de gobernar.

Al PSOE lo que le vendría bien –y también a España– sería un pacto de Estado con el PP sobre Cataluña. Lo que sucedió con el Pacto Antiterrorista puede servir de ejemplo: ese acuerdo ha supuesto el elemento fundamental en la derrota de ETA.

La única forma de transmitir al nacionalismo que nunca habrá una opción legal a la independencia es que el PSOE y el PP se pongan de acuerdo en la defensa de la unidad de España.

Cataluña, junto a Andalucía, ha sido el gran granero de votos del PSOE. Los socialistas no pueden gobernar en España sin un buen resultado en esas dos comunidades. En las actuales circunstancias, han perdido uno de esos dos feudos y no parece probable que vuelvan a recuperar su espacio político, a no ser que Navarro dé un giro copernicano a su política de compadreo con los nacionalistas.

El otro gran asunto que tiene que resolver el PSOE para consolidarse como alternativa, tanto en las autonómicas como en las generales de 2015, es el del liderazgo.

Aunque algunos dirigentes han presionado para que la Conferencia Política de noviembre fije la fecha de las primarias (a las que se comprometió Rubalcaba en el último Congreso), lo más probable es que ese asunto no se aborde. Ferraz considera las primarias como un «elemento estratégico» y no va a revelar la fecha hasta pocas semanas antes de que se convoquen, previsiblemente en 2015.

Rubalcaba quiere atrasar la convocatoria lo más posible. Sus contrincantes, adelantarla. La cuestión es si el PSOE puede presentarse a las elecciones municipales con el mismo líder que causó la derrota de 2011.